El último fin de semana de septiembre de 2020, la capital rusa disfrutó de una temperatura atípicamente cálida de +20°C. La Plaza Pushkin, una de las más bellas del centro de la ciudad, rodeada de árboles ya otoñales, estaba a su vez adornada con arcos de follaje y flores de los que dan ganas de oler.
“¡No son reales, imbécil!” me informa amablemente mi amigo, el programador Kirill Chernishov, mientras intento inhalar el aroma de las flores frescas. Olfateando, me doy cuenta de que el único olor que se tiene es el del plástico barato. Y el de narguile, por supuesto (bueno, es Moscú).
Soltando las decepcionantes flores artificiales y avanzando un par de metros, el ligero aroma del narguile me asalta una vez más (sabor a sandía, detecta mi nariz), esta vez desde algún lugar a la derecha.
“No hay forma de evitarlo. Estamos rodeados de barras con narguiles. Bueno, ¡al menos ahora no están vapeando!” anuncia Kirill, y nos apresuramos a llegar al metro, donde nos esperan aromas completamente diferentes, incluso más desagradables.
Según el libro del escritor ruso/soviético e historiador local Vladímir Giliarovski Moscú y los moscovitas, Moscú a principios del siglo XX olía a tabaco, así como a estiércol, aguas residuales y otras cosas desagradables.
Para el 2020, la población de la actual capital se había disparado a 12,6 millones de habitantes, todos viviendo como sardinas en un área de 2.500 kilómetros cuadrados, cada uno de los cuales con su propia mezcla de aromas. ¿Cómo huele el Moscú moderno para los locales y los expatriados?
“Para mí, Moscú huele a resaca. Coges el metro, el autobús o el tren por la mañana, respiras un poco e inmediatamente te das cuenta de que algunas personas se lo pasaron muy bien anoche”, dice Lucía Bellinello, editora de la versión italiana de Russia Beyond, que trabaja en Moscú desde principios de los años 2000.
Incluso en su primera visita a Moscú, Lucía se llenó la nariz de aroma a gasolina, lo que es algo no tan sorprendente: en 2018, Moscú ocupó el primer lugar en el mundo en cuanto a congestión de carreteras.
“Tengo la sensación de que los coches en Rusia usan gasolina vieja. Es un olor particular, uno que no siento en Italia”, dice Lucía.
Para Olga Kozlova, que también trabaja en Moscú pero vive en los suburbios, la capital ha adquirido un aroma distintivo a obras.
“En cuanto sales de cualquier estación de metro, ves trabajadores y aceras excavadas [cada año se construyen nuevas estaciones de metro en Moscú y se reparan las carreteras para siempre]. Además hay un olor persistente a hormigón, polvo de cemento y pintura. A menudo huele a sulfuro de hidrógeno”, comparte Kozlova sus sensaciones. El olor a sulfuro de hidrógeno probablemente proviene de los vertederos del Distrito Sudeste de Moscú.
El olor de las aguas residuales, aunque ya no es omnipresente, tampoco ha desaparecido del todo: es especialmente penetrante en la estación de metro de Vijino, donde Kozlova vivió durante más de 30 años. El área es parte del distrito mencionado, y justo al lado del metro el sistema de alcantarillado es reparado periódicamente. En general, el destino ha hecho que las zonas más respetuosas con el medio ambiente de la ciudad estén situadas en el noroeste, y las que menos en el sureste.
Michael Kravchenko, que se trasladó a Moscú desde Gran Bretaña en 2005, también percibe un olor a construcción interminable.
“Pero es normal para una gran ciudad. En cualquier caso, vivo junto al Parque Catalina, por lo que la mayoría de las veces siento el aroma de la vegetación fresca”, dice Kravchenko.
Para Ksenia Belova, Moscú huele a plantas incineradoras de residuos, en particular a humo y productos químicos, al menos en las cercanías de la estación de metro de Nagornaia, en el suroeste, donde vive. Según Ksenia, el olor es especialmente fuerte por la noche, cuando saca a pasear a su perro.
La tarjeta de visita perfumada de Moscú suele ser el olor único del metro. El bloguero especializado en tecnología, Evgueni Levashov, que reside en la ciudad, lo describe como una mezcla de aceite y aire seco. Nadezhda Nasedkina, nativa de la capital, afirma que el metro emana un “cálido aroma a creosota”,, ya que las traviesas del metro están de hecho recubiertas de creosota (un líquido aceitoso que se obtiene de la madera y el alquitrán de hulla).
“Para mí, sin embargo, Moscú es también el olor del asfalto húmedo en verano, el fresco y ligeramente mohoso olor de los sótanos, el aroma primaveral del álamo, el aroma apepinado de la nieve derretida en primavera, así como el olor de la escarcha, los donuts y el chocolate, especialmente cerca de las fábricas de dulces”, añade Nasedkina.
Muchos residentes asocian Moscú con el olor de la comida. Para Alexéi Petrovski, la capital huele a panqueques (quizás porque va a su crepería favorita, en la calle Taganka, un par de veces al mes).
Para muchos otros, como la periodista Daría Labutina, Moscú está vinculada al aroma de las hamburguesas de McDonald's, especialmente en el corazón de la ciudad, en la plaza Manézhnaia. Esto se debe a que bajo la plaza se encuentra el centro comercial Ojotni Riad con su propio restaurante McDonald's, cuyo sistema de ventilación bombea los efluvios de la cocina directamente hacia las narices de los transeúntes (tal vez deliberadamente, para atraer a los clientes).
Moscú también huele a comida para la Lucía de Russia Beyond, en particular a borsch y otras sopas rusas que se sirven en los cafés. Están entre sus aromas favoritos de Moscú, revela.
Para el escritor moscovita Pavel Surkov, cada distrito (e incluso calle) de Moscú tiene su propio y único olor.
“Leningradski Prospekt huele a los charcos del regado por aspersión, y el estadio Dinamo a hojas de arce. Taganka huele a los encurtidos de una vieja tienda de comestibles. El suroeste huele al perfume y desodorante de los asistentes al teatro y los estudiantes universitarios. El malecón de Frunzénskaia huele al combustible diesel de los tranvías junto al río. Kitai-Gorod huele a whisky y a la sopa china del restaurante local Jao Da. Izmailovo huele a los detergentes extraños usados por los turistas. Y Donskaia huele a pan de monasterio y a vino de Cahors”, explica Surkov con impresionante detalle.
Para los moscovitas que viven cerca del Parque Nacional de Losini Óstrov en el noreste de la capital, Moscú huele exclusivamente a bosque, explica la residente local Anastasia Marina.
En cuanto a Anna Tiutiuniuk, Moscú huele a hogar.
“Moscú es el olor del hogar y la nostalgia de la infancia y la vida estudiantil. Es como una mezcla de polvo y ozono, especialmente después de la lluvia. Me encanta este olor”, admite Tiutiuniuk.
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